Escaleras del Puerto retoman protagonismo ante cierre de tradicionales ascensores.

"Si caminamos todas las escaleras de Valparaíso, habremos dado la vuelta al mundo". Así retrató Neruda la maraña de escaleras que suben, bajan, se cruzan y doblan sobre la ciudad puerto. Una ruta empinada, que cansa y encanta, y que, tras el paulatino cierre de los ascensores porteños, reviven como la principal vía de conexión peatonal entre el plan y el cielo del Puerto.

"Las escaleras de Valparaíso son una forma de dominar la pendiente y reflejan la diversidad e impronta de permanente sorpresa que posee la ciudad", dice Baldomero Estrada, historiador de la U. Católica de Valparaíso.

Caminar por las escaleras del Puerto es un paseo ilimitado. No se sabe cuántas son o cuántas tuvo el Puerto, pero sí que todas miran de frente al mar. Se cree que las primeras estuvieron en el cerro Santo Domingo, donde nacieron los primeros barrios. Luego habrían seguido algunas de las más antiguas, como las que están "junto a los cerros Alegre, Concepción, Panteón y Cárcel", dijo Jorge Ferrada, director del Centro de Patrimonio Urbanístico y Museográfico, de la UCV.

La escalera más extensa tiene 318 peldaños y va desde calle Cousiño hacia el cerro Las Cañas, por el norte de la ciudad. Situada a un costado del abandonado ascensor de igual nombre, se conoce también como la "escalera de la muerte", debido a su inclinación. "Gradas reemplazaron la peligrosa estructura de madera, muchas estaban carcomidas, sueltas o ausentes", explicó Estrada.

De ahí al sur está la escalera "del perdón", que conduce al cerro Monjas. Allí, 230 peldaños de la escalinata Teniente Pinto unen calle Lastra y lo alto del cerro Mariposas.

"La trama de las escaleras de Valparaíso fue armando una serie de conexiones espaciales entre el plan y el cerro, como también entre quebradas. Una escalera de gran valor arquitectónico es la del pasaje Bavestrello, que atraviesa un conjunto de viviendas desde el cerro Alegre hasta Urriola", dijo Paulina Kaplán, directora de Gestión del Patrimonio de la Municipalidad de Valparaíso.

Otra de las reconocidas es la "empinada" Santa Margarita, que desde calle Edwards y Ferrari sube al cerro Bellavista, en un colorido paseo por los 20 murales del Museo a Cielo Abierto, y que incluye una obra de Roberto Matta. Aquí mismo, 212 escalones de la subida Pasteur recorren el lugar hasta calle Héctor Calvo.

Para bajar, el pasaje Chopin surge con la estrecha escalera Walter Martínez, que desemboca en la plazuela Ecuador. De vuelta en el plano del Puerto, la subida Murillo se impone con sus escalinatas al final de calle Carrera, donde se luce en el barrio El Almendral, justo junto al edificio Favero, de 1912 -uno de los primeros habitacionales de la ciudad-, y al antiguo ascensor Florida.

"La red de recorridos transversal entre los cerros permite un desplazamiento mucho más orgánico que el que se pudiese realizar en automóvil. Quienes hemos habitado esta ciudad sabemos que, bajando y subiendo ciertas escaleras, podemos cambiar de cerro de un modo rápido y efectivo", comentó Carlos Lara, arquitecto de la U. Católica de Valparaíso, sobre el tránsito que permiten las escaleras.

Recuperación

En el cerro Alegre, las escaleras El Apolo y El Peral van desde el centro y desde la Plaza de Justicia al Paseo Yugoslavo, conectando desde ahí los otros balcones del Concepción, que miran en panorámica la bahía. Ambas escalinatas serán remozadas en agosto próximo.

Más al sur, la escalera Cienfuegos, la misma que alguna vez recorrió el escritor Jorge Luis Borges, se empina con sus 166 peldaños junto al ascensor Cordillera, uniendo la plaza Aduana con el Museo Lord Cochrane. "No es de las más largas, pero sí una de las más fotografiadas", dice Estrada, quien recomienda estos circuitos. "Sólo se requieren unos 90 minutos, capacidad de observación y ganas de disfrutar de lo inesperado", dice.

Reportaje del diario "La Tercera".